Invitación de Alfredo Horacio Zecca, por la Gracia de Dios y de la Sede Apostólica, Arzobispo Metropolitano de Tucumán
El próximo 25 de marzo celebraremos la Solemnidad de la Anunciación del Señor y, en consonancia con ella, la Jornada del niño por nacer, de larga tradición en Tucumán en torno a la cual –uniéndose a la Iglesia– numerosas instituciones organizan habitualmente jornadas de exposición, reflexión y debate sobre la vida humana y su valor inalienable.
Todo hombre abierto sinceramente a la verdad y al bien, con la luz de su razón – y no sin el influjo de la gracia – puede llegar a descubrir en la ley natural escrita en su corazón (cf. Rom 2,14-15) el valor sagrado de la vida humana desde su inicio hasta su término y, a partir de este descubrimiento, afirmar el derecho de cada ser humano a ver respetado totalmente este bien primario suyo. Precisamente en el reconocimiento de este derecho se fundamenta la convivencia humana y la misma comunidad política (cf. S. Juan Pablo II Evangelium Vitae (1995), 2). No hay, en consecuencia, convivencia humana o comunidad política si se niega este valor primario que las fundamenta y sostiene continuamente.
La revelación divina que confirma que “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre” (GS 22) señala también que, en este acontecimiento salvífico, se revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios sino también el valor incomparable de cada persona humana (cf. EV ibid.).
En este año la celebración tiene lugar en el marco de un horizonte que presenta ante nuestros ojos el lamentable deterioro que sufre nuestra sociedad. La burda, insolente e irrespetuosa escenificación de la Santísima Virgen María abortando a su Hijo Jesús en las mismas puertas de la Iglesia Catedral ha significado un sacrilegio y una falta de respeto no sólo a la Iglesia sino – lo que es peor aún – a la fe del pueblo tucumano.
La defensa de los derechos de la mujer forma, sin lugar a dudas, parte del Evangelio de la Vida que está en el centro del mensaje de Jesús y que, acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas (cf. EV 1). Ciertamente no hay nada que objetar sino, por el contrario, es indispensable promover la igualdad de derechos y la complementariedad mutua, entre el hombre y la mujer, expresada tanto en la revelación judeocristiana como en la ley natural. Pero la defensa de un valor tan importante no puede dar derecho a un pequeño grupo a pasar a la agresión a la fe religiosa de los cristianos que profesa la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
En el plano cultural, social y político es cada vez más frecuente la interpretación de delitos como el aborto o la eutanasia como legítimas expresiones de la libertad individual, que deben reconocerse y ser protegidas como verdaderos y propios derechos (cf. EV 18). De este modo, después de descubrir afortunadamente la idea de los “derechos humanos” como derechos inherentes a cada persona y previos a toda Constitución y legislación de los Estados, se incurre hoy en una sorprendente contradicción: en el momento en que se afirma solemnemente el valor de la vida, “el derecho a la mismo a la vida queda prácticamente negado y conculcado, en particular en los momentos más emblemáticos de la existencia, como son el nacimiento y la muerte” (EV ibid).
La pregunta surge espontánea: ¿dónde están las raíces de una contradicción tan sorprendente?. No es el momento éste de una larga reflexión. Pero limitémonos a señalar un aspecto fundamental de la misma: se ha ido tergiversando e incluso deformando el concepto de subjetividad y también se exalta la libertad como algo perteneciente de modo absoluto al individuo que no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al servicio del otro. Pero hay algo todavía más grave: la pérdida del vínculo constitutivo [de la libertad] con la verdad. Queda con ello manifiesto que, con esta concepción de la libertad, la convivencia social se deteriora profundamente. Si la promoción del propio yo, de las propias ideas, se entienden en términos de autonomía absoluta, se llega inevitablemente a la negación del otro y, de este modo, la sociedad se convierte en un conjunto de individuos colocados unos junto a otros, pero sin vínculos recíprocos y la sociedad, la comunidad –como me escuchan recordar constantemente – reside, precisamente, en la relación, en el vínculo. En ese marco todo es pactable, todo negociable: incluso el primero de los derechos fundamentales, el dela vida (cf. EV 20).
Me he propuesto recordar, en esta invitación a la celebración de la Jornada del niño por nacer aspectos fundamentales de la sabia Encíclica sobre el valor de la vida de San Juan Pablo II que haríamos bien en releer y, mejor aún, en reflexionar, todos, pastores, fieles, políticos, ciudadanos. En una palabra, la entera sociedad tucumana que se precia de conservar los valores humanos y cristianos fundados en el Evangelio de Jesucristo.
Termino con una invitación a todos a manifestar, desagraviar y renovar nuestro pacto de fidelidad como pueblo tucumano con nuestra Madre la Virgen de la Merced. Madre – como lo indica su misma advocación – de misericordia y, repudiando toda manifestación de odio, discriminación o violencia contra quienes han cometido este sacrilegio – pedir a Dios que les abra la mente para que descubran el misterio del hombre que, tanto en la revelación como en la razón, es accesible a todos quienes se abren a la verdad.
Los invito a caminar junto a la Virgen como ella camina junto a nosotros a lo largo de toda nuestra vida. Para expresar que la reconocemos como nuestra madre y que como tal la queremos y para pedirle también que interceda ante Dios por nuestras familias y por nuestra Patria que están en momentos particularmente difíciles, que requieren de todos, apertura al diálogo y respeto por las creencias y pensamientos de los otros. A todos los espero y les propongo transformar nuestro legítimo dolor en una fiesta en honor de nuestra Madre del cielo que infunda en nuestros corazones una actitud misericordiosa y compasiva frente a quienes nos han ofendido. Que el legítimo pedido de respeto por la fe de los tucumanos sea expresión de un amor que no discrimina a nadie sino que se abre a todos.
A la espera del encuentro los bendigo paternalmente
+Alfredo Horacio Zecca
Arzobispo de Tucumán
15 de marzo de 2017