“Si Dios me dijera hágame una lista de las mejores cualidades que quiere para sus religiosos, yo no sé qué cualidades me atrevería a decir, que ya no las tenga Miguel Rúa”, dijo una vez San Juan Bosco del que sería su primer sucesor el Beato Miguel Rúa, a quien le dio una profecía que marcaría su vida.
Don Rúa nació en Turín (Italia) en 1837. A los ocho años murió su padre y con el cuidado de su madre realizó los estudios primarios y de catecismo en una escuela local. Luego pasó con los hermanos de las Escuelas Cristianas, donde conoció a Don Bosco que iba a confesar semanalmente a los alumnos.
Los muchachos se juntaban con alegría para jugar con el santo sacerdote y para pedirle alguna estampa o medalla. En una ocasión, cuando Miguel Rúa se le acercó, Don Bosco no le dio nada, sino que extendió su mano izquierda, mientras que con la derecha hacía como que la cortaba y le dijo: «Toma, Miguelín, toma: nosotros dos haremos las cosas a medias».
El pequeño no entendió nada en ese momento, pero lo comprendería después. Miguel conoció más la obra que el Santo sacerdote estaba iniciando, poco a poco se convirtió en el asistente del fundador e ingresó como interno al Oratorio.
En una ocasión San Juan Bosco hizo una votación entre sus chicos, quienes eligieron a Santo Domingo Savio como el más simpático y buen compañero, mientras que de Miguel Rúa dijeron que era el más santo y piadoso de los oratorianos.
El joven Rúa fue uno de los primeros en hacerse salesiano y su comunidad lo eligió director espiritual. También llegó a ser el primer hijo de Don Bosco en ser ordenado sacerdote.
Don Bosco le empezó a dar cargos importantes como el ser director del Colegio de Mirabello, prefecto de la casa de Turín, encargado de los asuntos administrativos y de los talleres, la responsabilidad de la edificación del Santuario de María Auxiliadora e inspector provincial de los Colegios entre 1870 y 1872.
Miguel además colaboró de cerca en el inicio de las Hijas de María Auxiliadora y los Salesianos Cooperadores. Con el tiempo se fue cumpliendo el todo “a medias” que Don Bosco le había predicho hasta el punto que el Santo de los jóvenes no tomaba resoluciones sin el visto bueno de Don Rúa.
San Juan Bosco al final de su vida decía: «Si el Padre Rúa quisiera hacer milagros, los haría, porque tiene la virtud suficiente para conseguirlos». Cuando murió el fundador, el Beato Miguel Rúa le sucedió en el cargo y la presencia salesiana se empezó a ampliar fuertemente en el mundo.
Siempre vivió pobremente, pidió mucho, pero no para sí mismo. Se conformaba con el último lugar, la última sotana, el último pan. Se caracterizó por su bondad y su amor a la Santísima Virgen María. Quienes entraban en contacto con él decían que era como Don Bosco.
Partió a la Casa del Padre el 6 de abril de 1910, fue beatificado por el Beato Pablo VI en 1972 y su fiesta se celebra cada 29 de octubre. Don Bosco y Don Rua finalmente compartieron todo: las responsabilidades, la espiritualidad, los sufrimientos y las alegrías por el Señor al servicio de los jóvenes.
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